“El joven” de esta historia,
cuando “era”, se reunía con sus amigos, y había cometido pecados a los ojos de Dios.
Pero como el mundo en general,
vive en la “oscuridad” ya no puede ver la suciedad de los rincones de su alma,
porque necesita de luz, luz espiritual.
Un día este joven, se encontró con
la Palabra de Dios, Jesucristo, su Hijo Único, el que dijo:
“Yo soy la Luz del mundo” (Juan
8,12)
“Esta luz brilla en la oscuridad”
(Juan 1,5) -en la oscuridad del alma de los hombres.
“El joven” recibió/aceptó la Luz
en su vida, -recibió a Cristo, dejando que le alumbre.
Y desde esa vez pudo ver lo que
antes ya no veía más, los malos hechos del pasado, y por querer permanecer con Cristo en su vida, realizó el acto de una
entrega generosa a Él.
Lo que le comprometió a ir
despojándose progresivamente de muchas
“cosas” que antes no los veía como malas.
“El hombre” que ya dejó de ser “El
joven” físicamente, se iba compenetrando cada vez más en la vida de Jesucristo,
y la vida del espíritu, este deseo hacía que aumente, progresivamente la Luz en
su vida.
Aunque tuvo hasta ahora, una vida
de entrega total al Señor, no ha dejado de haber obstáculos en su camino, que
le hacían dar saltos y
tropiezos, esos que te impulsa a
cometer errores, o pecados. Pero gracias a que estaba iluminado por la Luz de Cristo, cada falta,
lo reconocía como tal.
Había caídas, pero no abandonó su objetivo y era
levantado nuevamente por las manos de Jesús el Señor.
Iba este hombre con fe y esperanza
por la vida sirviendo al Señor, Y como seguía interesado por conocer cada vez
más a Cristo, necesitaba limpiarse y
mantenerse limpio de acuerdo a su voluntad, porque le iluminaba aquella
luz que era la “Luz del mundo” (Juan
3,19).
“El hombre”, se acercaba cada vez
más a la Luz, y en consecuencia la Luz a él.
La Luz fue aumentando su brillo,
por esa causa encontraba otros lugares arrinconados donde las tinieblas
escondían cosas que ya iban a quedar en el olvido, y la oscuridad de los
rincones olvidados se disiparon, y se pudo ver los escombros escondidos. Y...¡que
vergüenza ante el Señor!.
Es como cuando llevás una visita a tu casa, lo hacés pasar, encendé
la luz, y descubrís que tenés la casa desarreglada, que no limpiaste, no
tiraste las basuras, no sacaste las ropas sucias para cambiarlas por limpias,
blanqueadas. Te tomó de sorpresa, y te
llenás de vergüenza. (Así se expresó)
“Este hombre” encontró en su vida
muchas cosas feas, al tener más luz, que le avergonzó.
Decía entre sí, que antes no
sentía tanto dolor por tan pequeñas cosas, ni por los grandes inclusive, pero gracias a la buena luz, pudo empezar a
limpiar la casa. Desde entonces cualquier basurita, le causaba malestar y vergüenza,
aunque cumplía con los requisitos de la Iglesia, para el perdón, más las
oraciones personales que hacía.
“El hombre” entonces, haciendo una
profunda y sentida oración, pidió al Señor, Dios Padre - Hijo, para que le haga
sentir que ha sido limpiado/perdonado.
Entusiasmado me dijo que al rato,
sorprendido experimentó que le pasó ese sentimiento de vergüenza, es que fue
disuelto sus faltas por la gracia del Hijo-Dios,
Doy fe que la historia de “aquel
hombre” que aquí relato, es verdad.
Por eso:
“Feliz el que se mantiene despierto
y conserva su ropa para que no ande desnudo y se vea sus vergüenzas” (*). (Apocalipsis. 16,15)
Y si se ha ensuciado:
“Felices los que lavan sus ropas”,
(apoc. 22,14)
Juan apóstol en su visión
espiritual preguntó al ángel:
¿“Quiénes son estos vestidos de
blanco”?
El ángel dijo:
Estos son los que han lavado sus
ropas y las han blanqueado con la sangre del Cordero” (Apoc. 7,13-14)
Las ropas blancas representan a
los que han sido perdonados de sus pecados y redimidos por el sacrificio del
Cordero.
Por eso dice, “felices los que
conservan sus ropas”, los que se conservan limpios después de ser blanqueados
por la Sangre del Cordero.
Nota: Las palabras Luz,
vida y vergüenza, se repiten varias veces, porque protagonizan principales partes
de la historia.
(*) La vergüenza se siente
ante Dios, o Cristo, cuando en verdad lo aceptás en tu vida, y aunque no es
visible, si creés que existe para ti, sabés que está ahí, en ti y ante ti
mirándote, y una mala acción o sentimiento que ofende a Dios no lo podes dejar
pasar desapercibido, te resulta necesario ponerte de vuelta justificado ante
Él.
Ahora sí, ya no como antes;
necesitas dolerte arrepentirte,
confesarte, pedir perdón por las faltas, porque estás bajo la luz que deja en
claro todas las cosas. (Hebreos 4,12-13)
Es muy preciso esta aclaración,
porque se ajusta a la realidad actual.
(Caso real)
Sucedió una vez que en una oficina
de trabajo, un funcionario estaba leyendo la Biblia, teniéndola sobre el
escritorio. Pasando de largo frente a él un compañero, le dice, señalando a la
Biblia:
“Yo no leo “eso”, porque me
prohibe hacer esto, esto y esto” citando todas sus travesuras de pecado del mundo.
La realidad de esta actitud
actual, con certeza ya había anunciado Jesús, hace 2000 años: “Los que hacen lo
malo, odian la luz y no se acercan a ella para que no se vea lo malo que están
haciendo” (S. Juan 3,20).
Quien en realidad desee limpiar
los escombros de su casa espiritual,
solamente debe asir “la lámpara” en sus manos, y su intensa luz no solo
alumbrará los lugares sucios, sino también por donde estén muy limpios, para
que se vea que están limpios por falta de buenas obras.
Se traduce el mensaje, que, muchos
prefieren no leer la Palabra, porque saben que le dirán cosas que prefieren no
saber (ver Mateo 13,13).
Juan Carlos Bordón
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